Cinco heridas
emocionales de nuestra infancia
** Comparto parte de un texto de tantos que van llamando mi atención conforme voy despertando**
Desde que nacemos todo
queda almacenado en nuestro disco duro interior, lo que vivimos y cómo lo
vivimos marca nuestra personalidad.
Las formas de
comportamiento las aprendemos del entorno, copiando y asumiendo cómo debemos funcionar
por mera imitación.
Igualmente, cuando de
niños tenemos problemas, el cómo nos hayan influido hará que nos comportemos de
determinada forma en nuestra madurez. De la misma manera, si tenemos hijos, tal
y como actuemos hoy, ellos actuarán el día de mañana.
Conforme se es
consciente de esto, la opción es modificar nuestro comportamiento hacia la
forma más óptima y positiva de avanzar.
Hay cinco heridas
especialmente intensas en nuestra infancia que marcan de forma importante
nuestra personalidad.
·
Miedo a que nos abandonen: el miedo a estar solos, la soledad, es lo peor
que nos puede ocurrir si nos hemos sentido abandonados en nuestra infancia.
Debemos trabajar el miedo a estar solos, lo que incluye el propio miedo al
rechazo y al contacto físico.
·
Miedo al rechazo: cuando
hemos sido rechazados siendo niños por nuestros padres, profesores, amigos,
familia… se crea una herida profunda. Nos hemos rechazado finalmente a nosotros
mismos, rechazamos lo que vivimos, lo que pensamos, y hasta nuestros propios
sentimientos.
Si una persona
cuenta con esta herida emocional, la experiencia dolorosa le impide admitir el
cariño y la comprensión que le dan los demás, hasta el punto de que se aísla en
sí mismo para no ser rechazado de nuevo. Se convierten en personas huidizas y con
miedo. Hay que afrontar esos temores, miedos internos y las situaciones que
generan estas sensaciones, para comenzar a cicatrizar ésta herida.
·
La humillación: cuando
de niños nos dicen de forma constante que somos tontos, pesados, que no hacemos
nada bien… acaban de destruir nuestra autoestima infantil. La crítica y la
desaprobación constantes generan humillación.
La humillación
acaba creando personalidades muy independientes, auténticos tiranos egoístas
que utilizan esta forma de ser para defenderse, llegando en ocasiones a
practicar ellos la humillación con los demás.
La persona debe
valorar su libertad y aprender a ser comprensivo con uno mismo.
·
La traición o el miedo a confiar: la traición y/o la desconfianza surgen cuando de
niño uno se ha sentido traicionado por sus padres, hermanos, amigos… si le han
hecho promesas que eran importantes para él y no se han cumplido.
Esta
desconfianza puede generar una profunda envidia en muchos casos, y tocar
bastante la autoestima.
La persona que
no ha sanado ésta herida suele ser de personalidad controladora. Debe trabajar
la paciencia, la tolerancia, y aprender a estar sólo consigo mismo.
·
La injusticia: el
autoritarismo de algunos padres o cuidadores, y la frialdad y exigencia con la
que se trata a los niños, acabará haciendo que se generen sentimientos de
inutilidad, que migrarán a la edad adulta.
Estas personas
tenderán a ser rígidas y perfeccionistas. Deberán trabajar la rigidez de mente,
aprendiendo a ser flexibles y generando poco a poco la semilla de la confianza
en los demás.
Estos son los traumas más
habituales de la infancia, que podemos tener aún abiertos en nuestra etapa
adulta, afectando a nuestra felicidad, a nuestras relaciones, a nuestra salud,
y a todos los ámbitos de nuestra vida.
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